jueves, septiembre 29, 2005

Tiempo

...y después de todo te das cuenta que valió la pena.
Incluso las lágrimas, y ese dolor,
porque compartiste un poco de su vida,
porque conociste a alguien maravilloso,
porque cuando hacían el amor eran felices,
porque jamás te olvidará.
Porque tus huellas la recorren.
Porque sin quererlo, aún la amas.
A pesar de todo.



jueves, septiembre 22, 2005

El Triste Héroe



Obleim era un gran héroe. Sus historias eran narradas en toda una nación, en su honor se habían compuesto muchos relatos, se habían construido enormes monumentos que relataban sus grandes batallas. A los 14 años ya era un gran combatiente: fuerte, con un valor probado en las peores batallas, jamás se entregaba, así su cuerpo estuviera muy herido o muy cansado.

Obleim era un excelente jinete, en compañía de su caballo Amadeo recorrió valles, montañas defendiendo su territorio, y alguna que otra vez invadiendo otras tierras que el Emperador deseaba. Obleim vivía para la guerra, se alimentaba diariamente para ser el mejor combatiente, el más espiritual, el más preciso, el más letal. Los ejércitos a las órdenes de Obleim eran los más consagrados, sus soldados tenían una mezcla de admiración y de devoción por su general, y Obleim les correspondía identificándolos a todos por sus nombres e interesándose por los cientos de heridos que resultaban de aquellas sangrientas batallas.

El mayor triunfo de Obleim fue la conquista del país de los Mertos, un territorio amplio, fértil, lleno de hermosas tierras y rodeado de tres enormes montañas, que le daban una apariencia imponente. En esa batalla Obleim perdió a la cinco mil de sus hombres, pero a cambio abatió las tres cuartas partes del ejército Merto, y puso las condiciones para que el Emperador negociara la rendición de Patro, el rey Merto, a cambio de clemencia.

Pero más que la fuerza de cien ejércitos de todo el continente, más letal que todas las espadas, y más salvaje que el más fiero combate fue la batalla que libro Obleim en su corazón. Conoció el amor, y este fue su peor enemigo, logró doblegarlo al nivel en que ninguno de sus enemigos pudo, lo rodeó por todos los flancos, logró herirlo, y finalmente logró acabarlo. Obleim había nacido para la guerra, no para el amor, entendió el amor como una cruel batalla, y todas las mujeres que lo amaron representaron un combate pasional, intenso, sangriento. Hubo una mujer, Bastiana, una hermosa princesa Merta, la más certera de todas las combatientes, que nunca estuvo de acuerdo con la invasión a su pueblo, que nunca estuvo de acuerdo cuando todo su ser se enamoró de Obleim, cuando accedió a ser suya, cuando se entregó completamente a él, cuando lo amó a pesar de ser un extranjero, un invasor.

El tiempo pasó y los Mertos se organizaron, recibieron refuerzos desde el País de los Dolos, y armó un poderoso ejército, dieron la batalla por su propio territorio en el año 205. El ejercito de Obleim se vio rodeado por los cuatro puntos, su caballería fue abatida, su infantería no resistió el ataque de los carros de batalla preparados por la alianza merto-doloita, el terreno húmedo e inestable, rodeado por montañas y por rios, donde se presentó el combate impidió toda huida del ejercito de Obleim. Bastiana, quien comandaba la caballería Merta, fue la escogida por los dioses para enfrentar a Obleim. Se acercó a él y combatieron, con la misma intensidad con que alguna vez hicieron el amor, con la misma pasión y fortaleza. Los ojos de Obleim y Bastiana brillaban, de amor, de odio, uno por el otro, pero fue Bastiana la que desarmó a Obleim, lo hirió en su costado y mató a su caballo. Obleim cayó a tierra, abatido, confundido. En un último acto de dignidad se levantó, y vio como la mejor de todas sus amantes, el amor de su vida, y quizá el amor que nunca olvidaría cuando pasara a la recámara de los muertos, lo rodeaba con su caballo. Bastiana guardó su espada, y tomó su arco, le hirió con sucesivos flechazos, lentamente, mientras todo el ejército Merto-doloita apreciaba el fin de un héroe, del más grande de todos. Obleim murió con una mirada de amor, Bastiana lo abatió en medio de lágrimas que se tragaba, mordiendo sus labios, que aún deseaban el amor y el cuerpo de aquel moribundo.

Cuando Obleim murió, Bastiana bajó de su caballo y ante el asombro del ejército, dió un grito desgarrador y se atravezó con su propia espada. Se dejó caer encima de Obleim. Mientras agonizaba abrazaba con sus brazos y con sus piernas, el cadáver de su verdugo, de su amante, de Obleim, del hombre sin el cual ya no concebía la vida, del hombre que le hacía más soportable la irremediable muerte. Mientras moría, Bastiana pensó en que hay personas que están destinadas a combatirse, a amarse entre las armas, a vivir entre amores y odios muy profundos, a amar haciendo la guerra. Los grandes amores se viven entre crueles batallas, entre tremendas contradicciones y ambivalencias. El amor de Obleim y Bastiana fue hermoso, fue cruel, como todos los amores que vale la pena vivir.

viernes, septiembre 16, 2005

Ahogado

Consuélame esta noche,
Escúchame hablar,
No dejes que pare de contarte mi vida.
Eso que tanto me duele.
Abrázame, hazme sentir como en casa.
Pregúntame todo lo que quieras saber,
Interésate por mí, mírame
Siente este temblor, este frío que me recorre,
Tengo mucho miedo,
Estoy muy triste,
Me tengo mucho miedo,
A veces me siento perdido.

Consuélame, esta vez yo te necesito.
No me dejes caer, querida mía.
Mira que las aguas de esta vida me llegan al cuello.
Mira que soy tan joven pero estoy tan cansado de vivir.
Mira que siento mi mirada tan triste y agotada.
Hay tantas preguntas, y tan pocas respuestas,
Hay tantas dudas, tan pocas certezas.
Necesito refugiarme en ti.
Hoy quiero regalarte mis secretos,
Entregarte unas cuantas lágrimas,
Mostrarme tal cual soy, sin máscaras de vanagloria,
Querida mía, consuélame esta noche.
No sabes cuánto te necesito.

domingo, septiembre 11, 2005

La Puta Imposible

12:35 de la mañana. Un prostíbulo. La puta imposible se sentó al lado de Pacho. Lo miraba con esa carita de falso deseo y teatralidad que tanto le excitaban a él. A Pacho le encantaba saber hasta qué punto la puta detesta trabajar en lo que trabaja. Le causaba morbo, una sutil admiración por el carácter humano, que es capaz de hacer lo que sea por sobrevivir. La puta imposible fingía interesarse en lo que Pacho le contaba, en todas las estupideces que se le venían a la cabeza, se reía mostrando un par de dientes desportillados. A Pacho le encantaba su sonrisa falsa, sus falsas posiciones de símbolo sexual, la manera obsesiva en que ella se miraba en alguno de los muchos espejos que adornaban aquel sitio. A Pacho le encantaba cómo ella creía tenerle en sus manos, y era cierto: ella pensaba que cuando se agachaba y mostraba sus pechos, o cuando cruzaba las piernas, Pacho ya estaba subyugado, que ese cliente iría para ella, que quizá tomaría más licor y depronto pagaría un "servicio" completo, y que, como estaba tan borracho quizá no se demorara mucho.

La puta imposible no sabía que Pacho la estudiaba y la analizaba, que se conocía todas las historias de todas las putas del sector. Ella pensaba que él era uno más de esos vagos borrachos que suelen tener sexo con ellas todas las noches. La puta imposible estaba tan drogada, tan ebria y tan cansada de cabalgar por la cintura de tantos hombres que no se dio cuenta en qué momento empezó a hablar, empezó a contarle a Pacho su triste historia de dos hijos, y muchos maltratos. Pacho la mandó a callar, después de todo, el que estaba pagando era él, y él era el que tenía bastante para contar. La puta imposible se indignó, cambió la mirada, lo miró como queriéndole decir que en él se recapitulaban todos los hombres del mundo, falsos, mentirosos, hipócritas, malos polvos, malos padres, inseguros. A Pacho le gustó la idea, era todo eso y más. El mal humor de la puta imposible era más poderoso que esos afrodisíacos baratos que tomaba Pacho en la plaza del pueblo. Esa noche Pacho estaba agresivo, y necesitaba descansar en la frustración ajena. Por eso la buscó, por eso le pagó para desquitarse, en su cuerpo, de un mal día, para que ella lo entretuviera con su histrionismo de quinta, con esos ultra gemidos, con esas caras exageradas de placer, con ese aliento a cigarrillo, trago y preservativo. A Pacho le encantaba eso, esas arandelas eran parte del show del viernes de prostíbulo que tanto lo relajaban: necesitaba la ambivalencia del placer contra el disgusto, del sexo contratado, de la caricia acostumbrada, del sabor de mil personas que la habían recorrido. ¿Cuántos tipos antes que él ya la habían penetrado esa misma noche?

Para Pacho la puta imposible era deprimente, su cuerpo sabía a sudor y fluidos de quién sabe cuánta gente. Burda, sistemáticamente predecible. Primero esto, luego lo otro, un ratico así, otro de esta forma, el hecho de que Pacho demorara su orgasmo irritaba de impaciencia a la puta imposible que estaba exhausta, es que era tarde y era viernes, había trabajado mucho. Pacho sentía la rabia de la puta imposible cada vez que se movía por encima y por debajo, cada vez que hacía esos movimientos circulares, cada vez que se ladeaba para facilitar la posición, cada vez que le pedía que hiciera algo. Ella siempre cerraba los ojos, nunca miraba. Para Pacho fue delicioso, en general. Cuando ella sintió que Pacho terminó (porque aulló como si le faltara el aire) hizo mil muecas de falso placer. Se levantó, se vistió, como si fuera la primera vez en el día que lo hacía, mirándose pacientemente en el espejo, levantándose los pechos, peinándose y volviendo a pintarse los labios. Pacho se vistió, no quería ni mirarla. Se largó. La puta imposible entrego el cuerpo, fue imposible sacarle el alma… como siempre.

lunes, septiembre 05, 2005

Delirio

Creí verte en mis delirios. En mis sueños locos de vino y soledad. Creí verte aquel día en que el sol se resistió a salir, ese día de nubes grises y lluvia torrencial, creí que estabas a mi lado, mientras yo sostenía una sombrilla que nos cubría de aquel miedo que diluviaba. Creí verte, junto a los niños del parque, corriendo o en el carrusel, creí verte cuando yo moría de risa, cuando nada parecía importarme.

Creí verte perdida en algún párrafo de mis libros, escondida detrás del algún personaje de mis desvaríos y escritos, como alguna diosa mitológica. Creí verte paseando por mi cuerpo, te sentía respirando en mi pecho, con tu cabello sobre mi cara. Creí verte jadeando, creí verte feliz justo al lado derecho de mi cama. Creí verte hablando conmigo, en aquel bar de sillas bajitas, de música de boleros, tomando un café, contándome tus hazañas en esta vida, sobre aquella vez que engañaste a la muerte porque la hiciste reir, o de aquella vez que te confundiste con las olas del mar, y te fuiste navegando a otro continente.

Creí verte en mi álbum de fotos, en esos retratos en que aparezco sonriendo, en donde parezco mirar al infinito, donde tengo la mirada perdida, creía que te estaba mirando. Te confundí con un trueno que perturbó mi atención, con un claro de luna que me recordó la blancura de tu sonrisa. Creí sentirte caminado junto a mí en aquella playa de paz y tranquilidad, en donde una suave brisa agitaba tus cabellos. Pensé que eras aquel cometa que descubrí mientras miraba al cielo, mientras intentaba dibujar tu cuerpo juntando estrellas. Me imaginé que estabas en el clamor de los mares, en el rugir de un volcán, en la fuerza del viento que lleva mis deseos hacía ti.

Te soñé de mil colores, vestida para una fiesta de nuestro encuentro, con tu cabello largo, suelto, resplandeciente. Ví tus ojos, tus ojos color pardo, esos ojos donde me pierdo, donde navego por las mil ilusiones que tengo de encontrarte. Creí ver esa mirada en la cual medito en las noches de muchos libros y muchos escritos. Creí sentirte mientras yo te susurraba esta canción, creí bailar contigo esa melodía que tanto nos gusta, con tu cabeza en mi hombro, o con tus labios en mi cuello. Creí verte esta mañana, justo cuando iba a mi trabajo, te sentí sentarte a mi lado, hablarme y besarme, reírte de mi torpeza. Creí que eras tu, en serio, podría jurar que eras tu.
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*De ahora en adelante acompañaré ciertos post con alguna canción, o con cierta música. Los invito a escucharla, de repente da un ambiente propicio para leer, y a mí me permite compartir la música que desde este lado de la pantalla suele oirse :D

jueves, septiembre 01, 2005

En Compañía de Thánatos

Miguel constantemente sentía cómo lo atrapaba Thánatos. Ese espíritu de odio y muerte. Ese halo de autodestrucción. Miguel se revolvía en odios, rencores, en una profunda rabia contra él mismo, por estar tan fuera de la tan popular “normalidad”. Se sentía culpable de todos los males del mundo. Su autoestima estaba profundamente destruida, no creía en sí mismo. Su cotidianidad se convirtió en vivir de derrota en derrota, de calamidad en calamidad. Miguel estaba perdido en laberintos y recovecos mentales. Estaba absorto en angustias sin tiempo, tan antiguas como la formación del Universo. Cargó con todos los estigmas que Thánatos disfrutaba en ponerle, heridas crueles que revolvía justo cuando éstas estaban casi sanando: las volvía a abrir de par en par, las hacía más profundas, más dolorosas. Thánatos le repetía una y otra vez que era malo, inútil, vacío, sin sentido, que merecía morir.

Miguel buscó redimirse de Thánatos. Y fue Rocío quien lo abrazó nuevamente, luego de largos años sin conocer la cercanía de unos brazos, de una mirada bondadosa, de una palabra profunda y amorosa. Fue ella la que con un beso, redimió sus labios hastiados de pronunciar maldiciones y blasfemias. Fue ella la que con su cuerpo hizo sentir a Miguel que estaba vivo, que era parte del universo. Fue Roció la que le dio un sentido a la vida de aquella bestia. Rocío le quitó la máscara de odios y muerte que Miguel usaba como protección, aquella máscara que escondía el rostro más noble que Rocío hubiera visto.

Thánatos, sin embargo, seguía rondando. En silencio. Escondido esperaba el momento propicio para atacar. Y fue cuando Miguel comenzó con miedos irracionales sobre el amor, sobre su relación, y sobre Rocío que encontró su momento. Nuevamente volvieron las paranoias, las incoherencias a la mente de Miguel. Fue así como azuzado por su tenebroso consejero Miguel empezó a matar a Rocío lentamente, con infidelidades, golpes y maltratos. Hirió su corazón con saña, con su más puro rencor. Miguel empezó a odiarla por su bondad, por su amor. Descargó todo su arsenal de violencia contra ella, hasta que la destruyó. Rocío permaneció a su lado, convencida de la bondad que podía tener Miguel, se dejo matar por amor, claro, un amor masoquista. En algún momento el corazón de Rocío empezó a ennegrecerse, a nublarse, empezó a disfrutar los golpes.

Miguel nunca mereció la redención, nunca la aceptó y él lo sabía. Por su parte, Thánatos fue el que mejor partido sacó de todo esto, reclutó a otra nueva víctima, cuyo delito fue amar demasiado a un insalvable, a un delincuente de la vida que terminó por torcer su camino, su belleza, su cuerpo y su corazón.

Dónde Más Estoy?