
Ha sido un tema frecuente en este blog el hecho de ser adulto, la dificultad de crecer y la complejidad que viene al ser mayor. Hoy quiero compartir ciertas reflexiones que me han acompañado en las últimas semanas, respecto al punto de crecer.
Estas semanas he tenido muchísimo trabajo, muchos retos, tensión, stress y una carga inmensa de ansiedad por rendir, por ser eficiente, efectivo, lógico, con un buen grado de sentido común y, sobre todo, competente. En esas cosas siento que me rompo, que me quiebro, que algo en mí dice “no más, quiero seguir siendo el que era antes, más cómodo, más relajado, sin tantos afanes, compromisos y deberes”. En el momento en que se tiene un trabajo cuesta mucho empezar a sacrificar tiempo personal para proteger un trabajo que uno cree es el indicado. No creo en eso de que si a uno le gusta lo que hace entonces la toma suave y no se da cuenta de lo complicado que es. Eso se me hace una gran mentira. Precisamente creo que cuando uno está en lo que le gusta es cuando más dificultades vienen, cuando miles de vocecitas interiores te dicen: “no puedes, no es lo tuyo, no eres lo suficientemente inteligente, apto, competente”. Elegir el camino correcto, siempre es optar por el camino más complicado, más contradictorio, el que más tropiezos tiene, y en el que por alguna extraña intuición uno siente será el más satisfactorio.
En estos días me pregunto yo: ¿la gracia de ser adulto es trabajar como bestia, llegar a casa exhausto, tener una pereza infinita de levantarse a ir a la oficina y pasar la mitad de la vida en el trabajo? Por no hablar de la tensión que supone trabajar, porque ya sea los clientes, los jefes, los empleados, los compañeros, todos te exigen y hasta cierto punto logran joderte la vida laboral y muchas veces la vida personal.
El adulto persigue certezas: económicas (dinero para sobrevivir, independizarse, mantener, gastar, etc), personales (satisfacciones interiores del yo), emocionales (relaciones afectivas complementarias y equilibradas) y laborales (liderazgo, remuneración, reconocimiento). Sin embargo, la realidad más común es: insatisfacción salarial, falta de perspectivas, intensa y visceral soledad emocional, poco reconocimiento y algo que me parece tremendo: una falta absoluta de esperanza, una especie de resignación que arrebata todo intento por ser creativo, diferente, desafiante, original.
Con todo esto en mente, he pensado muy seriamente mi lugar en el mundo, ¿Para qué estoy acá, ahora y en estas circunstancias donde estoy? Muchos aprendizajes he tenido: tener carácter, tomar el control de mi vida (no dejar que otros decidan por mí sino ser yo quien decida y proponga), ser más propositivo que crítico, argumentar para decidir y no solamente decidir y tomarme la vida por caprichos. Saber que soy responsable de otros y no solamente de mí mismo, empezar a usar mi región prefrontal del cerebro para planear mi futuro, mi proyecto de vida, y empezar a tener en claro: QUÉ CARAJOS ES LO QUE QUIERO CON MI VIDA HOY Y DE AQUÍ A DIEZ AÑOS. Eso ha sido algo invaluable de trabajar, esos aprendizajes, unos han sido suaves, y otros con latigazos enormes a mi ego, y a mi impresionante deseo de tomar el camino más fácil y más corto.
En estos momentos mi vida es una larga sucesión de puntos suspensivos que esperan a ver qué pasa, quién o qué los interrumpe con algo de intensa emoción, vertiginosa, de esa que uno sentía cuando era niño, o cuando era adolescente... ser adulto es, generalmente, un estado demasiado aburrido...